La mina de Santa Constanza fue explotada en época romana y es probable que durante época nazarí estuviera en pleno apogeo, según se deduce de los Documentos árabes del Zenete publicados por A. González Palencia. Aunque no hay constancia de su explotación en las referencias que aportan los libros de Apeos del Marquesado del Cenete (S. XVI) si se habla, en el Libro de Apeos de la Calahorra, de la existencia de unas herrerías en Jérez que le rentaban entre 800 y 1000 ducados a la Marquesa… y la mena que es la materia de hierro se llevaba de la queba de la villa de Alquife. En la segunda mitad del XIX, el Diccionario de Madoz daba cita de una fábrica de cobre en Jérez.
La Mina de Santa Constanza se encuentran a 1,5 km al noroeste del casco urbano, en la vertiente sur de la loma de La Lorita. Se trata de un yacimiento filoniano caracterizado por varias fallas escalonadas que repiten un lote de filones paralelos hacia el sureste en el que los elementos más abundantes son sideritas, calcopiritas y goethitas.
La explotación de estos filones se extendió de forma intermitente a lo largo de más de un siglo sin llegar nunca a ser rentable debido a los elevados costes de extracción, dificultados por la continua presencia de la capa freática y a las inexistentes infraestructuras ferroviarias. El primer intento de explotación llega en 1865 cuando Don Pedro de la Puente Apecechea construye en Jérez una fundición que bautizaría con el nombre de Santa Constanza, en honor a su mujer. Para abastecer esta metalurgia se impulsó la minería del entorno con el control de varias minas y la compra de mineral a los rebuscadores de la zona. La explotación minera, necesitada de un desagüe cuantioso, fue siempre irregular lo que terminó por cerrar la fábrica en 1874, tras haberse extraído entre 1866 y 1872 sólo 400 toneladas de mineral, con un balance de 150 toneladas de metal.
Por segunda vez, en 1888 vuelve a activarse y a explotar la metalurgia del cobre de Jérez para lo que se constituyó la Sociedad Jérez-Lanteira el 1 de agosto del mismo año con un capital social de seis millones de pesetas dividido en 24.000 acciones. El impulsor de esta nueva etapa será el empresario belga Hubert Meersmans, persona clave en la entrada de grandes capitales extranjeros en las explotaciones mineras de la zona (fundamentalmente, belga, francés y británico). Se construyó una nueva fundición y se prepararon dos saltos de agua donde generar aire comprimido que sería trasladado a la zona de explotación, distante cuatro kilómetros, por medio de una tubería. A pesar de su originalidad tecnológica (Jérez figura entre las primeras de España en que se introdujo la perforación de aire comprimido), el fracaso fue estrepitoso debido, sobre todo, al empobrecimiento de las menas. En 1894 se vuelve a abandonar tras haber producido únicamente unos cientos de toneladas de metal. De las instalaciones de esta época llama la atención el aún conservado castillete del pozo maestro, llamado Josefina. Este tenía 105 metros de profundidad y 200 metros en horizontal en la planta más larga de las siete existentes.
La mina quedó paralizada durante medio siglo lo que conllevó su inundación y la ruina de sus instalaciones. El último periodo de actividad comenzó en 1944 con la apertura de la explotación por parte de la SECEM (Sociedad Española de Construcciones Electro-Mecánicas) que centró su atención en el aprovechamiento de las antiguas escombreras (mineral con un 28% de cobre) y el acondicionamiento de talleres, oficinas, almacenes, viviendas…, así como el desagüe de la mina, que acumulaba 100 metros cúbicos diarios. En 1955 se paralizaron radicalmente las actividades y se desmontaron las instalaciones. Durante este último periodo la explotación de la Mina 10, nombre con el que se rebautizó, fue prácticamente nula salvo pequeñas cantidades de mineral extraídas.
En la actualidad se conservan parte de las instalaciones semiderruidas (viviendas, talleres, torres de extracción) que conforman un paisaje evocador en las laderas de Sierra Nevada.