Esta iglesia, pese a su sencillez y reducidas dimensiones, es una verdadera reliquia arquitectónica, al permanecer prácticamente tal y como se hizo hace más de cuatro siglos. Se inició a fines de la década de 1540 (1549-1553), por el albañil Ambrosio de Villegas y el carpintero Bartolomé Meneses. Terminada la estructura, en 1560-1562, el cantero Juan de Riaño labro la portada, obra de mérito y en contraste manifiesto con la sobriedad del templo. Sus elementos ornamentales muestran claras influencias del renacimiento jiennense. Labrada en piedra, presenta un arco de medio punto enmarcado por semicolumnas de fuste estriado sobre pedestales y capiteles con decoraciones de perlas. Dichas columnas se encuentran adosadas a dobles pilastras. Sobre el entablamento, decorado con rombos, y cornisa, se establece un ático con hornacina enmarcada con columnas, friso y frontón curvo, terminando el conjunto con jarrones en los extremos; la portada presenta elementos decorativos como, los espejos en las enjutas, en los fustes de las columnas, frontón del ático y jarrones, propios de la inventiva del tracista, y otros, como la forma alternada de los baquetones de sus columnas, característica de la escuela giennense y poco usual en la provincia de Granada. Cierra el vano de entrada, una puerta de madera con decoraciones de clavos en forma de flor.
La estructura del templo es sencilla, el interior presenta planta rectangular, de una sola nave con Capilla Bautismal abierta a los pies en el muro del lado de la epístola. Se cubre mediante armadura ochavada en la cabecera y limas mohamares a los pies con sencillo apeinazado de lazo y cuatro tirantes dobles, también de lazo, con decoraciones de guirnaldas vegetales y canes de cartón abierto en S portando una rica policromía en tonos azules y naranjas. La capilla bautismal, cerrada con una reja antigua de madera, ostenta otra buena armadura, ligeramente rectangular de limas mohamares y almizate apeinazado. Tanto la solería de la iglesia, como las gradas y la peana del altar, conservan la antigua disposición de ladrillos de rasilla. Así estuvieron primitivamente todas las iglesias para facilitar los enterramientos en su suelo. Dos pequeñas imágenes de la Virgen con el Niño y una modesta pintura del Santo Entierro, de la segunda mitad del siglo XVI, son sus principales elementos de ornato. Sobre la portada cegada del testero de los pies campea el escudo del obispo Martín de Ayala.