Este palacio, por su propia monumentalidad y el caprichoso balcón esquinero, junto a su privilegiado emplazamiento y el entorno pintoresco, es uno de los edificios más sugestivos de Guadix. Perteneció a la familia Pérez de Barradas, marqueses de Cortes, luego unida a la de Peñaflor que terminó dándole el nombre. Su morfología actual es consecuencia de una serie de remodelaciones que abarcan los siglos XVI al XVIII. En su exterior, la fachada principal es extremadamente sobria, con un paramento liso de ladrillo, ventanas enrejadas y cuatro escudos de piedra por todo adorno. En las esquinas sendas torres, con galerías abiertas de arcos sobre pilares ochavados, ofrecen el sello característico de la arquitectura señorial guadijeña. El costado izquierdo, construido sobre la antigua muralla medieval, se adelanta y retranquea caprichosamente, con unos muros enlucidos y otros mostrando aparejo de ladrillos y cajones. En el quiebro de ambas fachadas, donde antaño estuvo la llamada Puerta Alta, ostenta un caprichoso balcón volado, con finísimos pies derechos y arcos livianos, mirador privilegiado para contemplar el singular paisaje que se extiende a sus pies. En el interior, presenta un patio muy alargado, adornado en dos de sus costados con dobles galerías de arcos sobre finas columnas de mármol toscanas y arcos deprimidos rectilíneos rehechos de hormigón; sobre los capiteles ostenta variados escudos. En el rincón del fondo se encuentra una diáfana escalera, cubierta con cúpula elipsoidal. Las habitaciones conservan algunos techos antiguos (la mayoría alfarjes), sobresaliendo una armadura con tirantes que cubría la sala noble principal; también se conservan algunas puertas labradas de las antiguas.