Este palacio es un edificio construido en el siglo XVI, pero que ha sufrido numerosas reformas a lo largo de los siglos. La configuración actual responde a una reforma muy intensa y ampliación llevadas a cabo por el obispo Fernández del Rincón a finales del siglo XIX y principios del XX, y otra más reciente en los años 40, como el cuerpo anejo hacia el oeste que llega hasta rematar en el palacio de Villalegre. El resultado es un edifico historicista hacia el exterior, mitad neogótico mitad neorrenacentista de no mal efecto, que remata en su costado colindante con la catedral en un pequeño pasadizo para el paso directo de las dignidades catedralicias.
Es en el ala izquierda del interior donde podemos encontrar las huellas más claras de su pasado mudéjar y algunos elementos reconocibles de su antigua estructura del XVI. Es el caso de las arquerías de uno de los frentes del patio, de estructura de ladrillo, con los característicos resaltes sobre los soportes formando como alfices; la galería superior abierta con arcos escarzanos sobre finas columnas, sin apenas éntasis ni declive hacia arriba, así como la baranda de claraboyas, resultan de un marcado arcaísmo. Los alfarjes de algunas de las habitaciones del ala izquierda ofrecen alfarjes con labor de menado, de alfardón y chilla de ocho. Lo más interesante es la escalera de la antigua escolanía, con baranda de madera que se ancla en un pilar y escalones de piedra adornados con motivos renacentistas de grutescos. El techo es una bella armadura ochava, con almizate decorado con una estrella de ocho en el centro y una gran piña de mocárabes, original en su solución de huecos ochavados rodeando el florón central. A pesar de las renovaciones que se aprecian en su tablazón y en las pechinas, es una pieza destacable.